Me prometí a mí misma que jamás hablaría de este tema aquí, y estaba más que convencida de que tampoco lo haría en ninguna otra parte de manera extensa y calmada. Pero aquí estoy, aporreando el teclado y leyendo conversaciones aquí y allá, sin dar crédito a mucho de lo que leo.
En este post no va a haber nombres, tampoco enlaces ni acusaciones directas. Primero, porque no me da la gana y segundo porque los aludidos se identificarán enseguida. Un posible tercer punto es que no me apetece ser el blanco de las iras de nadie (así que os podéis ir ahorrando los comentarios ofensivos: en este blog no hay libertad de expresión y no toleraré ni un solo insulto hacia mí o hacia otra persona, por muy lejana que sea), con una
loca del ascensor tenemos suficiente, ¿no?
Dicho todo esto, empiezo:
Como mujer y desde mi pubertad, siempre he tenido que escuchar cosas como "cuidado con los hombres", "no vayas con desconocidos", "que alguien te acompañe", etc.
A pesar de todas esas advertencias, casi nunca me he sentido insegura en compañía de un hombre, tampoco he sentido que fuera a perder el control de la situación; y sin embargo, unas pocas veces me he sentido como un trozo de carne al que un animal hambriento y furioso iba a devorar.
Ir por la calle y que alguien te mire es algo normal, nunca me he escandalizado por eso y nunca lo haré. Tampoco me escandalizo si alguien me llama guapa por la calle (no suele ocurrir, pero algún miope de vez en cuando cae), o incluso si me dice "tía buena" o algo similar. Las personas se atraen, y también sexualmente, eso lo entiendo y lo tolero.
Me resulta ya un poco más incómodo el que te describan a voz en grito, en la calle, las
guarreridas que les gustaría hacerte. Eso también puedo tolerarlo e incluso ignorarlo y seguir caminando.
Luego ya viene cuando te siguen por la calle a menos de un metro de distancia, en ese momento agarras el móvil por si hay que llamar (aunque no confías en que te dé tiempo) y una llave por si hay que defenderse (aunque tampoco confías en que los reflejos, afectados por el miedo, te permitan algo más que temblar y gritar muy fuerte). Por suerte te has cruzado con otra persona y no ha pasado nada, entras en el portal muerta de miedo, pero nada más.
Son las cuatro de la mañana de un sábado y vuelves a casa después de una noche jugando a rol con los amigos (sí, yo hago eso: no fumo ni bebo, no salgo a discotecas). Aparcas el coche y sales normalmente. No te has vestido especialmente provocativa: ni escote ni ropa ajustada, unos vaqueros y una camiseta holgados; total, solo has ido a jugar con los amigos.
De pronto, a unos 10 metros ves que alguien sale de detrás de un coche y te silba. Es un completo desconocido y a esas horas lo primero que piensas es que quiere tu coche o a tí. Sales andando lo más rápido que puedes sin correr, no debe notar tu pánico o estás jodida. Aciertas a abrir el portal a duras penas y corres al ascensor. Otra vez te has librado, a partir de ahora llevarás siempre el cierre de seguridad del coche puesto y mirarás bien toda la calle antes de salir de él, con las llaves y el teléfono preparados.
Esta sensación continua de inseguridad es lo que una mujer sufre durante toda su vida. No me considero paranoica, pocas veces desconfío de alguien. Soy muy poco sociable, pero si alguien me saluda por la calle, aunque sea un perfecto desconocido, devuelvo el saludo y quizá una sonrisa, quién sabe.
Ni que decir tiene que no considero como acoso o abuso el hecho de que un hombre, conocido o desconocido, me diga que quiere tener sexo conmigo, al menos si lo hace de manera educada y está dispuesto a aceptar el no por respuesta.
Pero no voy a negar que hay situaciones en las que me sentiría realmente incómoda si un hombre mostrase interés sexual en mí. En un callejón oscuro, por ejemplo. O en un ascensor, a solas, a las cuatro de la mañana y a miles de kilómetros de mi casa. Llamadme histérica, pero como mínimo me pondría tensa.
Imagináos que os cuento todo esto:
mirad lo que me ha pasado, acojona un poco, ¿verdad? Si alguna vez os pasa algo parecido, chicos, procurad no hacerlo, es incómodo.
No os estoy llamando violadores en potencia, tampoco os estoy pidiendo que empaticéis conmigo, solo estoy sugiriendo que evitéis un comportamiento que puede ser desagradable (tanto para vosotros si la chica empieza a gritar cuando tú solo querías un café, como para la chica por el susto que se va a llevar).
Pero vosotros os lo tomáis realmente mal porque pensáis que he hecho todo lo contrario de lo que describo en las tres líneas anteriores. Me llamáis reprimida, porque
tía, él solo se te estaba declarando,
¿por qué montas un drama si no te pasó nada?, o
las mujeres árabes con sus burkas deben estar preocupadísimas porque un hombre te ha pedido sexo en un ascensor.
Entonces todo se va de madre y no solo vosotros, mis amigos, me recrimináis por contaroslo, vuestros amigos a los que no conozco de nada también lo hacen. Y me llaman puta, porque seguro que yo iba provocando y la culpa fue mía, o calienta braguetas, porque dejé al pobre hombre con una erección del carajo después de provocarle, o loca histérica, porque no es para tanto y deberían preocuparme más las mujeres árabes que visten burkas que mi integridad física en un momento determinado.
Y de esta manera, al más puro estilo del juego del teléfono roto, la bola de mierda llega a tal magnitud que salpica a todas mis amigas y simpatizantes y se les acaba tratando igual que a mí.
Eres una loca histérica, no razonas y a partir de ahora, y solo por este hecho aislado, voy a juzgar todas tus propuestas futuras y llegar a la conclusión de que nada de lo que dices debe ser tenido en cuenta.
Pero esa experiencia desagradable pasa, hacemos las paces, todo vuelve a la normalidad. Seguimos quedando para tomar un café, hablamos...
Un buen día queréis montar una fiesta de disfraces a la que acuda mucha, mucha gente. Me gusta la idea y os ofrezco mi ayuda con las invitaciones. De hecho, conozco a alguien que tiene una tienda de disfraces y se los puede dejar a la gente que quiera ir pero que no tenga uno. A todos nos parece una estupenda idea.
Pero unas semanas antes de la fiesta, alguien vuelve a sacar el tema del ascensor, y como en la fiesta va a haber ascensores teméis que las chicas no quieran venir porque conocen mi mala experiencia con ellos.
Entonces vuelve a montarse un lío del carajo: me echáis la culpa de que las chicas no quieran venir porque se van a sentir incómodas por la presencia de los ascensores, porque una vez yo tuve un problema en un ascensor.
Como, por lo visto, tengo la culpa de que las chicas no quieran ir (aunque las he invitado yo y les he dado disfraces) y no voy a ser bienvenida a la fiesta, os comunico que ya no me apetece ir a la fiesta porque no me voy a sentir cómoda.
Que os diga que no voy a ir a la fiesta (el resto de chicas invitadas por mí pueden ir y pueden seguir llevando los disfraces que yo les dejé) os sienta muy mal y creéis que os estoy boicoteando, porque soy una resentida.
Otro lío del carajo, no gano para disgustos.
Ese lío del carajo que montáis vosotros vuelve a salpicar mierda a kilómetros de distancia, a otras chicas que van a ir a otra fiesta de disfraces en otro país diferente y que nunca han tenido ningún problema con los chicos que la organizan ni con los ascensores.
Pero los organizadores se sienten identificados con vosotros y se sienten amenazados por esas chicas histéricas que no saben ir a una fiesta de disfraces donde va a haber ascensores.
Malditas histéricas. Que vengan solo las que puedan soportar los ascensores, no los vamos a quitar ahora.